¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA CARIDAD BIEN ENTENDIDA

"Ante todo, amaos ardientemente unos a otros, 
pues la caridad alcanza el perdón de todos los pecados." 
 (1 Pedro 4,8)

Acontecimientos dolorosos recientes me han llevado a meditar y escribir sobre el error que algunos cometen al confundir caridad con amor, cariño con permisividad, misericordia con negación del pecado.

Según el Catecismo, la caridad es la "virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos" (CIC 1822). Por tanto, la caridad implica amar a Dios sobre todas las cosas y "todas las cosas" significa todo.

La c
aridad va más allá de todo, es mucho más que amor, es mucho más que solidaridad. Mientras que el amor es natural, la caridad es sobrenatural. Mientras que la compasión es humana, la caridad es divina.  

La caridad bien entendida es tener en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama y lo que Dios ama. Nos exhorta a vivir en el Amor, en la Verdad, en la Bondad y en la Belleza.

Muchas veces interpretamos la caridad erróneamente y confundimos ser caritativos con ser permisivos, amar con admitirlo todo, ser buenos con tolerar la mentira.

Imagen relacionadaLa caridad bien entendida implica buscar que mi prójimo comprenda que no todo está bien, que no todo vale.  De la misma manera que cuando educamos a nuestros hijos, a veces, tenemos que decirles "no" porque les queremos, amar al prójimo tampoco significa que  debamos ser permisivos sino, porque le amamos, debemos hacer que comprenda que no todo está bien, que no puede hacer todo lo que desee y que, en ocasiones, tendrá que aceptar un "no".

El amor incondicional de Dios no quiere decir que esté de acuerdo con todo lo que hacemos o decimos. La caridad bien entendida implica ayudar a otros a descubrir sus errores y ponerlos ante Dios, que está por encima de todo.

Por eso, no podemos excusarnos en su infinita misericordia para hacer lo que queramos ni para asumir del Evangelio lo que nos parece bien y desechar lo que nos parece mal. Nosotros no decidimos lo que está bien o mal. Es Dios.

La caridad bien entendida implica expresar al prójimo que están en un error y corregirlos con amor. Y porque les amamos, estamos llamados a buscar la santidad de nuestros hermanos.

Confundir caridad con afecto, misericordia con "todo vale" no es la voluntad de Dios. Ante la mentira, el error, el pecado, no podemos pensar "como le quiero, no puedo decirle no". Eso no es caridad. Si lo hacemos, no estamos amando a nuestro prójimo.

La caridad bien entendida exige "amar correctamente", no como nosotros pensamos que debemos amar, no según nuestro criterio humano sino según el criterio divino.

La caridad bien entendida es vivirla al modo de Jesús, es decir, implica renuncia e incomodidad. Por ello, si creemos que estamos siendo caritativos pero nuestra intención o la experiencia está siendo demasiado cómoda, cuestionemos qué hacemos mal. Santa Teresa de Calcuta decía: "El amor, para que sea auténtico, debe costarnos". "Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal".

A menudo, confundimos caridad con solidaridad o con corporativismo. La caridad bien entendida debe acompañar al prójimo hacia su sanación, hacia el arrepentimiento sincero de sus errores, para que él mismo pueda vivir la caridad no sólo como el beneficiario, sino que como quien ama. 

Los cristianos no amamos por lástima ni porque nuestro prójimo sea una persona que nos cae bien. Amamos porque Dios nos ama y porque Jesús lo instituyó como mandamiento. Amamos porque nuestro Señor es el centro de nuestra vida y porque hemos experimentado su amor. 

La caridad bien entendida debe ser apreciativa, es decir, cuando la inteligencia comprende que Dios es el máximo bien y es aceptado conscientemente por la voluntad, y efectiva, cuando lo demostramos con acciones. Pero no es necesariamente sensible (cuando el corazón lo siente), pues ni nuestra fe, ni nuestra esperanza ni nuestra caridad dependen de los sentimientos.

viernes, 27 de julio de 2018

UN RELATIVISMO CATÓLICO-PROTESTANTE

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"Estoy sorprendido de que tan rápidamente os hayáis apartado 
de aquel que os llamó por la gracia de Cristo 
y os hayáis pasado a otro evangelio. 
Eso no es otro evangelio; 
lo que pasa es que algunos siembran entre vosotros la confusión 
y quieren deformar el evangelio de Cristo. 
Pero si yo mismo o incluso un ángel del cielo os anuncia un evangelio distinto 
del que yo os anuncié, sea maldito. 
Os repito lo que ya os dije antes. 
Si alguien os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, sea maldito." 
(Gálatas 1, 6-9)


Han pasado 500 años de la rebelión de Lutero contra la Iglesia Católica cuyas cuatro grandes ideas o principios excluyentes fueron:

-"Sólo Cristo". Niega la mediación de la Iglesia y el Papado entre Dios y los hombres y suprime el culto a María y a los santos.

"Sólo fe" (fe fiducial). Niega el valor de las obras o de los méritos. Sólo salvan los méritos de Cristo.

-"Sólo Escritura". Rechaza la interpretación válida y universal de la la revelación divina por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

-"Sólo Gracia". Rechaza la libertad y el "libre albedrío" para sumergirse en la predestinación.

Las consecuencias reformistas fueron evidentes: subjetivismo y relativismo, anarquismo e igualitarismo, fragmentación y división. 

El Vaticano, entonces, quizás demasiado mundanizado y ensimismado, no estuvo atento como para captar lo que se le venía encima. 

Fue tras el Concilio de Trento en 1564, cuando la Iglesia reaccionó con un "corpus" doctrinal un tanto herido y por tanto, defensivo y apologético del que surgieron una larga lista de santos: Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Francisco Javier, Carlos Borromeo, Felipe Neri, José de Calasanz, Vicente de Paúl, Francisco de Sales... que sanaron heridas y, sobre todo, fortalecieron a la Iglesia y la reformaron desde dentro. Tal y como la Iglesia debía ser reformada: desde dentro y a la luz de Dios.

La verdad relativista 

Resultado de imagen de ecumenismo catolico y protestanteNo pretendo ser alarmista, pero todo me indica que el ambiente católico de nuestros días es demasiado similar al de entonces: una Iglesia "ensimismada", "mundanizada", "buenista" y "relativista".

Y por ello, surgen muchos
dentro de la Iglesia que relativizan y se acercan peligrosamente a las ideas luteranas con pensamientos como: "la Iglesia tiene que ser reformada y asumir un mayor protagonismo de la mujer", "lo que hagamos no importa porque Dios es misericordioso", "la Tradición no es quien para interpretar el mensaje de amor de Cristo ni la Palabra de Dios" y, "todos estamos predestinados a ser amados por Dios, hagamos lo que hagamos".

Las principales causas de este relativismo que conducen a la Iglesia hacia un preocupante "tono protestante", donde la "verdad" es una cuestión relativa y opinable, son:

Externas

-Las ideologías relativistas surgidas en el seno de la sociedad (homosexualidad, LGTB, feminismo, etc.).
-El subjetivismo pluralista de espiritualidades orientales (yoga, reiki, etc.).
-Las reivindicaciones sociales (comunismo, independentismo, etc.).
-Lfragmentación de la sociedad (divorcioaborto, eutanasia, etc.).
-La crisis de valores y principios morales universales (consumismo, hedonismo, etc.).

Internas

-La debilitación moral progresiva y progresista de una parte de la Iglesia católica.
-La mundanización de la jerarquía hacia lo "políticamente correcto".
-Los intentos de reforma de la Iglesia hacia el igualitarimo y el liberalismo.
-La decadencia de la formación teológica y catequética de los fieles.

El relativismo es, en definitiva, la aceptación de que todas las creencias, costumbres y principios morales son relativos al individuo en su contexto social; de que no existe un patrón universal de moralidad; de que la verdad es subjetiva y libre de interpretación; de que Dios está al servicio del ser humano y no al contrario.

Como resultado de ello, todo es opinable, todo es discutible. Por ello, no me sorprende que lo que antes era bueno, ahora es malo y lo que era malo, ahora es bueno; que todo el mundo llame al mal, bien y al bien, mal; que donde hay tinieblas, se vea luz y donde hay luz, tinieblas: "¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien; que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas; que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! "(Isaías 5,20).

La misericordia relativista

Lo que si me asusta y me preocupa es ver que, dentro de nuestras parroquias, el relativismo ha crecido de forma exponencial hasta el punto de acercarse, e incluso mezclarse con los postulados protestantes. 

Son bastantes y crecientes los que, dentro de la Iglesia, confunden el concepto católico de misericordia divina con un concepto relativista, dejando de lado el Catecismo, la Doctrina y la Tradición, asumen la herencia protestante hacia un concepto relativista y erróneo de la misericordia, provocando la pérdida de la unidad de la fe. Los obispos y los sacerdotes se dividen, y con ellos, el pueblo de Dios. 
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El concepto relativista de misericordia esta basado en:

-u
pragmatismo sentimental"lo que siento" sustituye a "lo que es correcto", destruyendo por completo la obra salvífica de la Cruz (Efesios 2, 4-7). 

-una justificación luterana: "¡Tranquilo, no pasa nada, Dios es misericordioso y te perdona todo!". En realidad, confunde la imagen del Dios Padre con la de un "Dios abuelo", negando el pecado y permitiendo todo. En realidad, justifica la salvación por la fe, y no por las obras. 

-un antagonismo entre justicia y misericordia"Dios, ante todo, es misericordioso más que justo", confundiendo el concepto de justicia hacia la arbitrariedad, visceralidad o venganza. 

-una oposición entre verdad y caridad: "No existe el blanco y el negro, sino una amplia escala de grises. La fe se basa en los buenos sentimientos". 

La Verdad divina

Resultado de imagen de fondos para tarjetas de fallecimientoDios ha establecido y revelado un patrón absoluto de santidad, que no es opinable, que no es subjetivo. Y lo ha grabado en  el corazón humano: "Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque no tengan ley, ellos mismos son su propia ley. Ellos muestran que llevan la ley escrita en sus corazones, según lo atestiguan su conciencia y sus pensamientos, que unas veces los acusan y otras los defienden," (Romanos 2, 14-15).

D
ios ha establecido y revelado una verdad única y absoluta:"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Juan 14,6) y una ley única y absoluta: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10,27).

Un cristianismo de caridad sin verdad se confunde fácilmente con un conjunto de buenos sentimientos o
de relaciones sociales, que relega a Dios del mundo y reduce la fe a la emotividad y al consuelo: "¡Pobrecillo, qué pena, qué lástima". El abandono de la Verdad y de lo correcto, es en definitiva un camino sin Cristo, sin verdad y sin vida.

En la encíclica de Doctrina Social Caritas in Veritate leemos: “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal”.


La Misericordia divina

Etimologícamente, misericordia proviene del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás); significa tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad.
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El Papa Benedicto XVI, en Spe Salvi 44 explica: “Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada."

El Papa Francisco define la misericordia cuando habla de la Iglesia como Hospital de Campaña, que ofrece tratamientos sintomáticos y terapéuticos, cuidados paliativos y finalmente, curación, por la gracia divina.

L
a misericordia de Dios va más allá de apiadarse del que tiene necesidad, no sólo es solo compasión hacia él. Nos “gesta”, nos “engendra” a una vida nueva. Nos da la oportunidad de “nacer de nuevo” para poder entrar en el Reino de Dios (Juan 3, 5). De ahí que las palabras griegas utilizadas en la Escritura relacionen "corazón" con "útero", "entrañas".

Aquí es donde está el punto central para comprender la misericordia de Dios: no se queda en la compasión ni en la comprensión del necesitado sino que posibilita su regeneración, es decir, sanarnos del pecado.

En realidad, todos los cristianos somos "mendigos de la misericordia", "hijos pródigos"que tomamos conciencia de nuestra miseria cuando comprendemos  que la soberbia autosuficiente nos auto-excluye del banquete de la misericordia; de que no nos damos cuenta del drama del pecado hasta que no somos perdonados. El "Padre amoroso" no sólo siente compasión hacia la miseria de su hijo, sino que le rescata de ella, 

El Papa Francisco marca la diferencia entre el concepto humano de misericordia y el concepto divino: "El mundo es duro con el pecador e indulgente con el pecado. Cristo es inflexible con el pecado e indulgente con el pecador. 

El binomio divino justicia-misericordia, aunque indisoluble, da prioridad a la misericordia sobre la justicia, pero hemos de tener en cuenta que la misericordia, aunque gratuita, no es barata…Requiere el esfuerzo de doblegar nuestro orgullo, arrepentirnos y estar dispuestos a convertirnos, es decir, no sólo cambiar nuestra mentalidad sino también nuestra forma de vida.


miércoles, 11 de julio de 2018

AMAR ES DECIR LA VERDAD

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"Hombre y mujer no son nada sin un tercer elemento, 
fruto de su amor: una nueva vida, un niño”

El cardenal africano Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, abordaba el año pasado, en una entrevista en The Wall Street Journal, la forma en la que los católicos debemos acoger a los creyentes LGTB. Y lo hace desde la caridad… y desde la verdad, afirmando que amar a los homosexuales es decirles la verdad:

“Es precisamente porque la Iglesia ama con el corazón de Cristo por lo que quiere que conozcamos la verdad, aun cuando puede ser dura de oír. Quienes hablan en nombre de la Iglesia debe ser fieles a las enseñanzas inmutables de Cristo porque solo viviendo en armonía con el designio creador de Dios encontramos plenitud y felicidad profundas y duraderas".

El cardenal nos recuerda que el amor es incompatible con la mentira y critica esa "compasión deformada" que muchas personas de nuestro tiempo y algunos cristianos tienen hacia los homosexuales, y que desemboca en una completa confusión con respecto a lo que la Iglesia y Dios mismo, dicen.

Afirma que el truco diabólico de la llamada "corrección política" es precisamente ese: confundir la "empatía" hacia las personas homosexuales, con la aceptación de todos sus actos. Es decir, la incapacidad de distinguir entre el pecador y su pecado, de forma que amemos incondicionalmente al primero y aborrezcamos el segundo.

Un ejemplo: nadie que tenga un amigo alcohólico o drogadicto celebrará su alcoholismo ni aplaudirá su drogadicción, ni le animará a seguir con su adicción, salvo que sea un falso amigo. Por tanto, la trampa del Enemigo consiste en difuminar la linea que separa a la persona de sus tendencias y actos.

El cardenal, con el Magisterio y el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano, insiste en la distinción de las tres facetas en cuestión:

-La persona, que por ser hija de Dios, es siempre buena.
-La tendencia homosexual, que no siendo pecaminosa en sí misma (si no se consiente ni se actúa sobre ella), no está, sin embargo, en armonía con nuestra naturaleza humana.
-Los actos homosexuales, que son gravemente pecaminosos y tremendamente nocivos para el bienestar de la persona.

“Quienes se identifican como miembros de la comunidad LGTB tienen derecho a esta verdad en la caridad, especialmente por parte del clero que que habla en nombre de la Iglesia sobre este asunto complejo y espinoso”.

"Quienes experimentan atracción hacia el mismo sexo deben ser aceptados con respeto, compasión y delicadeza. No obstante, omitir la enseñanza de la Iglesia –sobre homosexualidad– no es caridad. De hecho, es un mal servicio al Señor y a los creados a su imagen y semejanza”.

Es precisamente por esa "compasión deformada" por lo que la Iglesia Católica sufre innumerables criticas y presiones de muchos (incluso dentro de Ella), para que renuncie a su doctrina sobre cuestiones sexuales, amparándose en la errónea idea de que expone un "discurso de odio y discriminación", algo completamente contrario a las enseñanzas de Cristo y a la doctrina de la Iglesia.


Resultado de imagen de castidad cristianaInsiste en que la doctrina de la Iglesia no sólo es de aplicación exclusiva a los homosexuales sino que: “para los solteros, sin importar sus atracciones o tendencias sexuales, la fiel castidad requiere la abstención del sexo”. 

“Jesús nos llama a esta virtud porque Él ha hecho nuestros corazones para la pureza, así como él ha hecho nuestras mentes para la verdad. Con la gracia de Dios y nuestra perseverancia, la castidad no sólo es posible, sino que también será la fuente de la verdadera libertad”.

“La liberación sexual que el mundo promueve no cumple su promesa. Más bien, la promiscuidad es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de corazones rotos, de soledad y del tratamiento a los demás como medios para la satisfacción sexual. Como Madre, la Iglesia busca proteger a sus hijos del daño del pecado, como expresión de su caridad pastoral”.

Lo que no entienden quienes, con buena o mala fe, creen que la Iglesia debe dar un paso inevitable y cambiar su doctrina (en este tema y en otros), es que si seguimos los caprichos del mundo y sus cambiantes dogmas morales, la Iglesia se volvería redundante e innecesaria. Es decir, "sobra".

De hecho, ni siquiera aún en el hipotético a la par que imposible caso de aceptar las premisas y dogmas LGBTI, ello no sería en absoluto el final de la cuestión, porque el principio erróneo de la empatía, el que confunde el bien de la persona con lo que hace y siente, seguiría actuando y obligando a admitir concesiones sin limites.

No nos llevemos a engaño: no es una cuestión exclusivamente religiosa; desde un punto de vista natural, social, científico o biológico, y con un razonamiento honesto, objetivo y despojado de todo apasionamiento, sin duda puede afirmar que este principio no solo no tiene fin, sino que conduce a resultados incompatibles con la supervivencia de nuestra sociedad. Y precisamente, de eso se trata: del afán del Diablo por destruir al hombre, a quien odia profundamente precisamente porque Dios le ama.

Existen y han existido muchas civilizaciones y sociedades no cristianas, y ninguna de ellas se ha fundado sobre la idea de que todos los deseos deben ser satisfechos y todas las inclinaciones, permitidas, celebradas y aplaudidas. Porque el final de esa fantasía colectiva de la libertad absoluta y mal entendida, lleva inexorablemente a la extinción del ser humano.

Por tanto, que quede claro: nadie en la Iglesia, ni sacerdotes ni laicos, odian ni discriminan a las personas homosexuales sino que lo que hacen (o deberían hacer), es escuchar y acoger a estas personas, sin que esto sea óbice para aceptar sus tendencias y, mucho menos, sus prácticas.